Tendremos que hacer todo para que Discepolín no siga teniendo razón, por Dario Fariña

  • 14 de mayo, 2020
País sufrido la Argentina. Con sus problemas tan particulares como originales que datan de muchísimos años. Esos de nunca acabar, que se originan en la política, por supuesto, aunque si calamos un poco más hondo quizá el problema se encuentre en esta forma de ser que nos lleva a estar siempre parados en veredas opuestas. Las discusiones nunca se van a terminar, escudándonos en el derecho a pensar obviamente, pero es difícil ponernos de acuerdo en un montón de cosas. Y como si esos problemas no eran pocos, llegó el coronavirus para h

País sufrido la Argentina. Con sus problemas tan particulares como originales que datan de muchísimos años. Esos de nunca acabar, que se originan en la política, por supuesto, aunque si calamos un poco más hondo quizá el problema se encuentre en esta forma de ser que nos lleva a estar siempre parados en veredas opuestas.

Las discusiones nunca se van a terminar, escudándonos en el derecho a pensar obviamente, pero es difícil ponernos de acuerdo en un montón de cosas. Y como si esos problemas no eran pocos, llegó el coronavirus para hacer más negro el presente, culpa de un pasado lleno de enfrentamientos, que hacen que el futuro sea tan incierto como duro.

Nos agarró en plena tarea de reestructuración política, económica y social. Luego de cuatro años en los que los trabajadores fueron los principales perjudicados de un gobierno que priorizó otras cosas en lugar de una clase media que es la que siempre le dio vida a nuestro país. Y después de ese período en el que quedamos exhaustos, agotados y sin recursos para hacerle frente a una realidad que nos golpeó, llega esta pandemia para golpearnos todavía más.

Siempre estamos mal los argentinos. Mal, pero acostumbrados. Porque hubo períodos florecientes. Cortos, pero florecientes, que permitían ver un futuro alentador. Aunque todos siempre quedan salpicados por cosas oscuras, por corrupción, por querer salvarse económicamente en poco tiempo. Todo eso hizo que la política sea un objetivo a perseguir por quienes tienen una ambición de poder que los lleva a conseguir lo que sea a cualquier precio. Los de arriba, los del poder, no siempre pensaron en los de abajo, es decir en el pueblo. Y el pueblo, ante esta situación, opta por hacer lo que considera justo porque "los de arriba" hacen lo que quieren. Y allí es donde las grietas comienzan a nacer y son heridas que no cicatrizan de un día para el otro.

Se dice que el gobierno de Arturo Illia fue el más claro, el más honesto, el mejor. Duró poco. Otros intereses, los que luego nos gobernaron como ciudadanía, fueron los que lo sacaron del medio. De Perón y Evita se rescata esa receta inolvidable de darle los derechos a un pueblo que los necesitaba para vivir dignamente, y esa dignidad se consiguió. Pero después no siempre las cosas se hicieron como se debía hacer. Y entonces entramos en un camino sin destino, sin un rumbo que nos identificara como argentinos, detrás de quimeras con olor a feos olores que no nos permitieron crecer. Siempre estancados. Y el tango Cambalache, de Enrique Santos Discépolo, está más vigente que nunca. Un genio Discepolín.

En ese candombe social, donde año tras año la educación fue decreciendo hasta hacernos ver que el primer mundo queda más lejos todavía, para hacernos ver que somos bien tercer mundo y que la brecha cultural se amplía cada vez más. Eso es lo peor. La falta de educación y cultura de todos. De los que más tienen y de los que menos tienen. Porque si miramos para atrás nos daremos cuenta que por falta de educación han crecido otros flagelos que nos lastiman feo como sociedad. Droga, corrupción, femicidios, delincuencia, son moneda corriente en una sociedad que no termina de aprender dónde están los valores que nos hacen crecer.

Y justamente en este momento, con todos esos flagelos dando vueltas y que están a la vuelta de la esquina, nos llega esta pandemia que nos oscurece el futuro. La tranquilidad que transmite el presidente hace que confiemos en su palabra y nos encolumnamos detrás de sus consejos, pero mirando de reojo lo que pasa alrededor. No podemos de dejar de mirar lo que pasa ni ignorar que los problemas son más graves que antes.

"Las cosas se cuentan solas, sólo hay que saber mirar" cantaba Piero. Y es así. Porque cuando parecía que estábamos en un camino que nos podía llevar a vivir mejor, todo nos cayó de golpe. Y alrededor hay temas que nos preocupan: el hambre, la delincuencia, el sálvese quien pueda, la deuda externa (por la que el ministro Guzmán sigue pateando la cosa para adelante), el default, la deuda interna (económica, social, etc.). Y el futuro. Eso preocupa. Hasta la famosa grieta quedó tirada a un costado.

Lo que viene es tan incierto que preocupa. Mirar lejos se hace imposible. Saber lo que le dejaremos a nuestros hijos y a nuestros nietos es totalmente incierto. Porque no sabemos lo que puede pasar mañana. Un mal que los argentinos conocemos mejor que nadie y en este contexto quizá sepamos acomodarnos a la situación para volver a salir adelante. Pero no sabemos cómo, ni cuándo ni con qué.

Con bolsillos flacos, con ideales casi perdidos, con desesperación para ver qué comemos hoy, es difícil mirar lejos. La urgencia hace que tengamos que reinventarnos, pero sin volver a años pasados donde los que más tienen exprimen a los de abajo, o que los políticos se la lleven toda con total impunidad. Hay bronca porque la pasamos mal. Porque nos piden esfuerzos y los de arriba ni siquiera tienen un gesto de buena voluntad para quitarse un porcentaje de sus sueldos. Si hacen eso, los respetaremos y nos pondremos detrás suyo para caminar juntos.

No queremos más vueltos por debajo de la mesa. No queremos más domicilios en dunas. No queremos más injusticias donde los que se tienen que hacer cargo no lo hacen. Que haya tipos que entran por una puerta y salen por la otra (de la cárcel). No queremos más privilegios para unos pocos. Porque los necesitados son muchos.

Entonces la responsabilidad para salir de esta situación que hoy vivimos será de la gente. De Juan Pueblo. Del que pone los votos. De los que trabajan.

El futuro viene complicado. No hay dudas. No tenemos respuestas a tantas preguntas. Las miserias humanas salen a flote y el sálvese quien pueda quizá haga estragos en una sociedad golpeada y sin recursos. El problema es mundial, claro está, pero en nuestra Argentina parece que fuera más grave todavía.

Habrá que tener solidaridad, paciencia, vivir de otra manera. Los mejores valores se tendrán que anteponer al egoísmo. Mirar al de al lado sabiendo que es alguien que también necesita. Como yo, como vos, como todos. Habrá que tener responsabilidad social, pero con gobernantes que también demuestren ?en todos los niveles- que están a la altura de las circunstancias.

Quizá esta sea la oportunidad para resurgir como país y como sociedad. Caso contrario, Discepolín eternamente seguirá teniendo razón?

Dario Fariña

Periodista que reside en Olavarría, provincia de Buenos Aires.