HICKEN OR PASTA

  • 8 de noviembre, 2021
La historia es magister vitae (maestra de la vida) decía el gran CICERÓN. A ello opone MACBETH una visión más anárquica: la historia es un cuento de un loco contado para idiotas.

 

Argentina es de SHAKESPEARE, no de CICERÓN. Más, aunque sea paradójico, el signo  político que ha gobernado casi los últimos treinta años nuestro país es su más fiel seguidor, aún cuando tal vez no lo conozca tanto.

Si se entiende esto, se entiende todo, especialmente para pensar lo que viene el 15 de noviembre. Así como no era difícil conjeturar el raid del tipo de cambio y las reservas, con  un  Ministerio  de  Economía compartimentado  y  a  la  deriva,  abrevando  en  ideas  mercantilistas superadas hace ya siglos, tampoco hace falta ser muy ducho para prever lo que va a ocurrir con  la  deuda  soberana.  Como decía DELEUZE,  los políticos no mienten cuando hablan; el problema es que  a  veces  es  tan  inverosímil  lo  que  dicen,  que interpretamos lo que mejor nos place.

Desde la máxima autoridad del país para abajo, han dejado en  claro  en  los  últimos  días  el  inexorable  destino  de  default.  Una  vez  más.  Se pueden discutir  muchas  cosas,  retorcer  los  argumentos  hasta  el  hartazgo  de  si  algo  fue  bueno  o  malo;  decisiones  políticas no justiciables se llaman en derecho. Pero el  ejercicio  onanista  no  conduce  muy  lejos  cuando enfrente  está  la  encrucijada,  cuando  la  virtud  o desgracia de una decisión es superada por la necesidad perentoria.  Eso  es  el  préstamo  que  Argentina  tiene con el Fondo: a esta altura no es ni bueno ni malo, es simplemente necesario arreglar el entuerto para poder seguir adelante en medio de una crisis de desconfianza mayúscula, sin crédito (de credere, precisamente dar o tener confianza). 

Y si  hay  algo  seguro,  es  que  no  se  resuelve  con retórica. Sí mirando la historia, que no deja de enseñar al que quiere  aprender.  El mejor  ejemplo  es  el  de  AVELLANEDA: La República puede estar hondamente dividida en partidos internos; pero tiene sólo un honor y un crédito  como sólo tiene un nombre y una bandera ante los pueblos  extraños.  También de  lo  costoso  de  los incumplimientos,  especialmente  la  sucesión  de absurdos que empezó en diciembre de 2001, siguió en 2006, 2008 y 2019: terminamos pagando en todos los casos, tarde, mal y mucho más. Eso sí, con actitud de arrabal para la tribuna.

Claro, es difícil asumir que las deudas se pagan. Es mucho más fácil juzgar con el diario de hoy lo que pasó tiempo atrás y recurrir a la “herencia recibida”.

Allá cada uno.  Hasta que  no  entendamos  que  la Argentina es una, que el Estado es una continuación de responsabilidades, el mundo seguirá desconfiando de  Argentina  y  los  argentinos  seguiremos desconfiando de Argentina. Sin moneda y sin palabra, que es ontológicamente lo mismo que no ser nada. Un país sin sus dos instituciones medulares es un país sin opciones: chicken or pasta.

E.S.F.

Prensa GeoMinera