Erosión, la artista de los paisajes, por Ricardo Alonso

  • 13 de diciembre, 2021
La geología suena a saber estático, como la roca, pero muestra la dinámica formidable y creativa de las fuerzas de la naturaleza.

 

El Noroeste argentino es un imponente muestrario de formas de erosión. Estas van a depender de los agentes erosivos y van a estar en función del incremento de la pendiente. Un viaje imaginario desde las grandes llanuras hacia el edificio andino muestra el avance de los fenómenos erosivos desde oriente hacia el occidente. La llanura es la antítesis de la cordillera.

Ambos relieves son consecuencia de la tensión del relieve entre las fuerzas endógenas o internas y las fuerzas exógenas o externas. El hundimiento de la llanura es la compensación isostática de la elevación de la cordillera.

Como en los platos de una balanza imaginaria: la paz fisiográfica de la llanura se contrapone a la violenta kratosfanía cordillerana. La pampa y el gran Chaco sudamericano se confrontan al edificio orogénico andino, el gigantesco espinazo rocoso del oeste de América del Sur.

Ríos, vientos, hielos, son los agentes erosivos que burilan el relieve para crear formas erosivas de una gran belleza paisajística. Los hielos están en retirada pero tuvieron una acción dominante durante las edades glaciares de los últimos dos millones de años. Las altas cumbres se cubrieron de glaciares desde los 4.500 metros para arriba.

Los hielos se movieron en función de la pendiente y desgastaron el relieve como una gran lija. Los valles fluviales se transformaron en valles con forma de artesa. Las cabeceras de esos valles pasaron a ser circos glaciarios. Decenas de rasgos erosivos se formaron en función de las cabeceras o la unión de circos convergentes dando lugar a aristas, filos y otras figuras morfológicas clásicas del paisaje glacial. Montañas emblemáticas del norte argentino como el cerro Chañi o los nevados del Acay, Cachi y Chuscha, el volcán Quevar, entre otros, conservan esos rasgos glaciarios del Pleistoceno.

Obras de arte natural

Acompañados además por los sedimentos arrastrados y acumulados en el fondo, en el frente o en las paredes laterales del glaciar que se transformaron en morenas. Conjunto caótico de escombros portadores a veces de grandes bloques erráticos. Morenas que se han datado para conocer sus edades y cuantificar los avances y retrocesos sucesivos de los hielos. Circos y morenas son geoformas de erosión y de acumulación respectivamente.

Por su ubicación en grandes alturas no siempre son apreciadas en su real valor y dimensión salvo por montañistas o científicos. El viento es otro agente modelador del paisaje. Especialmente en la Puna y en otros ambientes áridos a semiáridos. El trabajo del viento va creando rasgos erosivos fundamentalmente en rocas blandas. Las coladas de lavas ignimbríticas, ampliamente distribuidas en la Puna, contienen formas erosivas que siguen las direcciones predominantes de los vientos. También en otras rocas que son fácilmente atacables por las arenas de cuarzo altamente abrasivas. Muchos de esos rasgos se conocen en los desiertos del mundo como “yar dangs”.

Asimismo, el viento genera formas erosivas caprichosas como hongos y otras figuras surrealistas, las que se aprecian muy bien en el llamado “Desierto de Dalí”, en la ruta de Jama hacia Chile. El viento causa asimismo deflación que es un tipo de erosión. Unos ejemplos espectaculares se ven en el borde oriental del salar de Arizaro. Son las llamadas “hoyas de defla ción”.

Pueden observarse en imágenes satelitales y visitarse desde Tolar Grande. Ahora bien, así como hay formas o geoformas de erosión también las hay de acumulación. Entre estas sobresalen las dunas en todas sus categorías, aisladas o grupales, con arenas de distintos colores, como los barjanes en campos planos o las trepadoras en las laderas de los cerros.

Dunas, y no médanos

Las dunas son un verdadero atractivo turístico y en la Puna existen cientos de ejemplos, pero las que más destacan son las dunas de Cafayate. Mal llamadas “médanos”, ya que estos se corresponden con acumulaciones de arenas, pero en playas marinas.

Las dunas de Cafayate son el resultado de un encadenamiento de sucesos geológicos que comienzan con un terremoto hace 30 mil años que hizo colapsar la ladera del cerro El Zorrito desplomando en una avalancha cuatro billones de toneladas de roca. Eso produjo el endicamiento de los ríos Calchaquí y Santa María con lo cual se formó un gran lago que cubrió una región desde San Carlos hasta Tolom bón.

Finalmente el lago se rompió y se vació a través de la Quebrada de las Conchas. Las arenas micáceas depositadas en el fondo del viejo lago comenzaron a ser removidas por el viento y acumuladas en forma de hermosas dunas blancas.

Como se aprecia, tanto el hielo como el viento hacen su trabajo erosivo y de acumulación dando lugar a circos y morenas u hoyas de deflación y dunas, entre otros rasgos y fenómenos. Sin embargo el papel mayor lo juega el agua líquida que cae en forma de lluvia y se concentra para dar hilos, arroyos y ríos que van profundizando en las formaciones geológicas. Estas se van desintegrando lentamente con el correr de los siglos y milenios hasta quedar convertidas en relictos o simplemente desaparecer. El agua puede excavar hasta dar profundas quebradas o cañones. Puede atacar a las formaciones sedimentarias blandas y comenzar un proceso de carcavamiento hasta transformarse en un país de tierras malas o “badland”.

Los huaycos

También en terrenos blandos, limo arcilloso, como algunas viejas terrazas fluviales, se pueden formar profundos cañadones de paredes verticales llamados huaycos o huaicos. Una palabra quechua que ha sido adaptada a la geomorfología regional. Los más famosos son los huaycos y huayquerías de Mendoza, pero también en Salta se encuentran ejemplos muy claros a lo largo de la ruta nacional 68 entre El Carril y Talapampa. O también en el Valle de Siancas, más precisamente en la región de Cabeza de Buey. Precisamente en uno de esos huaycos el profesor Amadeo Rodolfo Sirolli desenterró un mastodonte completo que dio a conocer en un artículo de 1954 al que tituló “El Mastodon saltensis”.

En la propia ciudad de Salta hay un topónimo: El Huayco.

Paisajes góticos

El agua puede desgastar otras formaciones blandas, especialmente viejas terrazas fluviales, para dar unas estructuras de “tubos de órgano” que pueden evolucionar hacia un “Paisaje Gótico”. La erosión actúa como el agua que ataca un castillo de arena en la playa. Por ello no es raro que se formen geoformas que recuerdan a los castillos en ruinas.

Un paisaje de la quebrada de Las Conchas, camino a Cafayate, se llama precisamente Los Castillos. Y además hay decenas de otras formas de erosión como los “pilares de tierra”, “obeliscos”, “anfiteatros”, “gargantas”, “salamancas”, “ventanas”, muchos de los cuales constituyen sitios de interés turístico. Por su naturaleza geológica, la quebrada de las Conchas, con sus numerosas geoformas erosivas, individualizadas como geositios, constituyen en conjunto lo que a nivel internacional se conoce como un Geoparque.

Todos estos temas comenzaron a ser puestos en valor a partir del Primer Congreso Nacional de Ecoturismo, que se llevó a cabo en la ciudad de Cafayate el 25 de noviembre de 1994. Congreso que contó con un nutrido grupo de participantes de la mayoría de las provincias argentinas y algunos conferencistas internacionales. Allí se avanzaron ideas liminares sobre el geoturismo, la geología del paisaje, la analogía del paisaje con un palimpsesto, la filosofía del paisaje como un fluido, la interpretación holística del paisaje, su singularidad, entre otros múltiples aspectos.

Esto fue plasmado en muchos libros posteriores del autor como “Historia Geológica de Salta” (2006), “Geología del Paisaje” (2009), “Geografía Física del Norte Argentino” (2013), “Los Andes del Norte Argentino” (2014), todos ellos con reediciones o reimpresiones posteriores. Las geoformas son productos efímeros en el tiempo geológico, a pesar de que parezcan estáticas para el turista convencional. Una de ellas, “El Obelisco”, ha sido fotografiado incansablemente a lo largo del siglo XX y en una superposición histórica de las imágenes aparece claramente su evolución y degradación.

De allí el interés y la necesidad de aprehender el paisaje, de internalizarlo y de analizarlo con mirada zahorí.

Tal como lo sintetizó Atahualpa Yupanqui en uno de sus versos inmortales: “Para el que mira sin ver / la tierra es tierra nomás”.

El Tribuno