La arquitectura del edificio andino, Ricardo Alonso
- 18 de abril, 2022
Unos 70 millones de años atrás, relativamente poco en tiempos geológicos, los Andes no existían como tales.
Nuestra región, desde Chile a Paraguay y desde Perú a Tucumán, estaba cubierta por un mar cálido en donde se depositaban extensos mantos de calizas y en cuyas playas deambulaban diversos grupos de dinosaurios herbívoros y carnívoros.
Esa quietud paradisíaca se iba a interrumpir con el ingreso de un asteroide en rumbo de colisión con la Tierra, que terminaría impactando catastróficamente en el sur de México. Un gigantesco holocausto borraría a los dinosaurios y otras formas de vida del planeta y las huellas físicas, químicas e isotópicas del evento quedarían registradas en las rocas de esa época en el globo y entre ellas las rocas cretácicas del norte argentino.
Unas decenas de millones de años después comenzarían los procesos geodinámicos que darían lugar al nacimiento de los Andes. El hundimiento de la placa de Nazca, la fusión de la corteza y generación de los magmas, su expulsión a la superficie para formar un imponente arco volcánico, el calentamiento, ablandamiento y debilitamiento de la corteza, su arrugamiento y acortamiento, irían dando forma al edificio andino. Dicho edificio es un orógeno, técnicamente un orógeno no colisional, con una extraordinaria complejidad fisiográfica.
Desde los volcanes más altos del mundo en el límite chileno-argentino, la extensa cuenca del Altiplano-Puna, las grandes montañas y valles de la cordillera Oriental, las sierras y serranías subandinas, hasta el borde mismo de la amplia llanura chaqueña. Esa complejidad orográfica, con grandes saltos del relieve o rechazos topográficos, constituye el paraíso de los andinistas, montañistas y otros amantes de los deportes de aventura al aire libre y en grandiosos paisajes. Decíamos que la gran losa de calizas amarillas depositada en el viejo mar cretácico fue rota y desgajada por el acortamiento andino y hoy se encuentra a unos 4 km de altura en la zona de Huaytiquina o en el cerro Acay, y a más de 6 km de profundidad en algunos lugares de las sierras subandinas o el Chaco salteño.
Esto muestra y demuestra una rotura de más de 10 km en la vertical. Por una cuestión de equilibrio la Puna se eleva, las sierras empujan hacia el este y la llanura chaqueña se hunde lentamente y recibe los despojos de sedimentos arrancados al edificio andino por los ríos y el viento, los que se acumulan sin prisa pero sin pausa.
El Club Amigos de la Montaña (CAM) organiza cada año sus cursos de montañismo. La gentil invitación a disertar sobre la tipología y el origen de las montañas de los Andes centrales fue el disparador de este artículo.
A grandes rasgos se distinguen en el edificio andino dos tipos de relieves: volcánicos y tectónicos. Los volcanes dominan el occidente de la Puna y forman parte del majestuoso arco volcánico continental (CVZ) que nos divide de Chile. Como se señaló, son los volcanes más altos del mundo, donde se destacan el Ojos del Salado, con 6.891 m, o el Llullaillaco, con 6.734 m sobre el nivel del mar. Forman parte de ese extraordinario conjunto al que los andinistas designan por su altura como los "seismiles", y hacen parte de la vocación por conquistarlos a todos. Algo que ya lograron algunos de ellos y entre otros una prestigiosa montañista y arqueóloga de altura, la Dra. Constanza Ceruti.
Los volcanes a su vez tienen distintas categorías, pero los más imponentes son los estratovolcanes, o sea aquellos formados por el apilamiento de lavas y cenizas volcánicas a lo largo de su historia evolutiva. No solamente los volcanes del arco magmático argentino-chileno sino también muchos de los que forman las cadenas volcánicas transversales de la Puna, como la de Coyahuaima en Jujuy, Quevar en Salta o Antofalla en Catamarca, que pertenecen también a esa tipología. Y además algunos volcanes aislados como el Ratones, Tuzgle o Chimpas. Otros son simples amontonamientos de lavas basálticas como el Negro de Chorrillos o el San Gerónimo, cerca de San Antonio de los Cobres, o los volcanes gemelos de Antofagasta de la Sierra. Por su antigedad la mayoría de los volcanes se desarrollaron durante el Mioceno-Plioceno, entre dos y diez millones de años atrás, pero los hay más antiguos e incluso jóvenes y muy jóvenes.
El Quevar, por ejemplo, evolucionó entre 8 y 5 millones de años atrás, mientras que el Llullaillaco tiene menos de un millón de años y, algunos de los basálticos, menos de 100 mil años. El Tuzgle (5.486 m) tiene una colada pos glaciaria holocena, e incluso hubo erupciones que sepultaron el norte argentino hace solo 5.000 años. La Puna es un extraordinario muestrario de volcanes grandes, medianos y pequeños; antiguos y jóvenes; con lavas y cenizas de distintas composiciones, y un sinfín de ventajas o dificultades técnicas para los andinistas. Además de los volcánicos, limitados mayormente a la Puna y la cordillera Occidental, hay magníficos relieves de origen tectónico. Se trata de grandes cadenas, cordones, filos, nevados, cerros, sierras y serranías de la Puna, cordillera Oriental y sierras subandinas.
Todos esos elementos orográficos se elevan a distintas alturas sobre el nivel del mar y alcanzan en algunos casos grandes rechazos topográficos desde su base hasta las cumbres. La mayoría de esos filos o cordones están formados por rocas ordovícicas en la Puna y rocas precámbricas en la cordillera Oriental, todas ellas estratos de origen marino, lajosas, de colores grises a verdosas y elevadas por grandes fallas inversas de la tectónica compresiva. Calalaste, Macón, Quebrada Honda, Pozuelos, Copalayo, Oire Grande, Olaroz, Tanque, Cobres, son algunos de los filos y cordones internos de la Puna cuyas cumbres rozan los 5.000 m de altura sobre el nivel del mar.
Y que tienen como nivel de base a los salares, a unos 3.700 m de altura en promedio. Rechazos topográficos mayores se encuentran en el borde de la Puna en relación con los Valles Calchaquíes y la Quebrada de Humahuaca, donde se destacan los nevados de Cachi-Palermo, Acay, Chañi, sierra Alta y sierra de Aguilar, entre otros.
El Nevado de Cachi, por ejemplo, se eleva 2 km sobre la Puna a occidente y 4 km sobre el piso del Valle Calchaquí a oriente. Y algo similar ocurre con el Chañi, en Jujuy, entre las Salinas Grandes al oeste y la Quebrada de Humahuaca al este. El Acay, formado por un plutón granítico joven, se eleva a 5.716 m, y es un mojón natural que se distingue desde muchos lugares, ya sea subiendo o volviendo de la Puna, por el Valle Calchaquí y otras grandes quebradas, con lo cual forma un nudo o tronco de montañas que de él derivan.
El Valle de Lerma es una fosa tectónica asimétrica entre los cordones de Lesser al oeste y la sierra de Mojotoro al este. Mientras los cordones de Lesser alcanzan y superan los 5.500 m de altura, la sierra de Mojotoro no supera los 1.500 m sobre el nivel del mar. Numerosos cordones se destacan además en la cordillera Oriental, con sus mayores o menores alturas sobre el nivel del mar. Entre ellos el cordón de Lampasillos y el cerro de San Miguel, de 5.705 m, las cumbres de Zamaca y el cerro Malcante, de 5.224 m, las sierras de Santa Bárbara, Carahuasi y León Muerto, con alturas de 3.000 a 4.000 m, las sierras de Zapla, Tilcara, Hornocal, Zenta y Santa Victoria, con alturas que van desde los 2.540 m en el cerro Centinela de Zapla, hasta alturas de 4.000 a 5.000 m sobre el nivel del mar en las altas sierras que bordean a la Quebrada de Humahuaca.
Incluso en las últimas estibaciones andinas orientales siguen las sorpresas orográficas, como es el caso de la sierra de Metán con su más alta cumbre el cerro Crestón, de casi 3.300 m sobre el nivel del mar, y un resalto topográfico de 2,5 kilómetros. Asimismo, frente a la ciudad de General Güemes, en el Valle de Siancas, y limitándola por el este, están las cumbres del Gallo y Alto de las Picazas, con alturas que superan los 2.000 m sobre el nivel del mar. Todo ello es parte del extraordinario abanico de elementos orográficos que desde la cordillera de la Costa, en el borde chileno del océano Pacífico, y pasando por la cordillera de Domeyko, cordillera Volcánica CVZ, cordillera Oriental y sierras subandinas conforman un paisaje orográfico, fisiográfico y morfotectónico de gran valor científico, paisajístico, turístico y también deportivo, en el caso del andinismo.
El Tribuno